¿Puede ser posible que a alguien no le guste cómo juega el Barcelona de Guardiola? Sé que está mal ser absolutista y creer que lo que uno piensa es lo correcto y que los gustos de uno deben ser los de todos y que los anhelos particulares se pueden generalizar; pero ¿puede ser posible que a alguien no le guste este equipo?
Cuesta oponerse a lo más cercano a la belleza en lo que a fútbol se refiere, pero siempre hay algún contra por allí. Están los émulos de Sanfilipo que se oponen para llamar la atención, para ser los “distintos”. Están los que dicen que el Barcelona toca demasiado, que hacen mover la bola mucho tiempo antes de mandársela a guardar al arquero de turno. Estos, cuales bilardistas del sexo, pretenden ir directo al acto, sin el placer de la previa, verticalismo puro, sin el goce del armado de la más linda jugada; quieren el coito, no hacer el amor. También están los defensores de la miseria humana, aquellos que dicen que lo único importante es ganar y que todo debe ser sacrificio, que sin entregar el alma y el cuerpo no hay satisfacción, que el juego no existe, que sólo queda la lucha, la ley del más fuerte. A estos últimos, el equipo catalán los deja sin argumento, porque los zarpados no paran de ganar, por eso Niembro, Gustavo López y Libermann, le prenden velas negras al santo de Caruso Lombardi, para que cualquier equipo le gane de ser posible luego de haberse comido un baile terrible, para que ellos puedan decir Mucho tiki tiki pero perdieron, los otros llegaron una vez pero son los mejores porque se llevan los tres puntos, ¿se dan cuenta de que lo único que importa es ganar? Así de chiquitos son.
Afirmo que los que critican al Barcelona son unos miserables, porque este equipo, el mejor de todos los tiempos, representa valores que enaltecen a la humanidad, así de simple. El equipo del Pep es solidario, todos se apoyan, confían en el otro, se saben apoyados, consideran que el bien de uno es el bien de todos y a la inversa. El equipo del Pep aspira a la belleza, al disfrute de lo lúdico. Todos los goles valen uno, se decía en el barrio, pero todos sabíamos que si la jugada previa era virtuosa, ese gol desataba un orgasmo en los ojos y en las almas de quienes lo hacían o simplemente lo veían. El equipo del Pep defiende la bandera de la dignidad, quiere ganar pero no a cualquier precio; y sobretodo, no se vende, ni resigna sus ideales. Defiende una forma de jugar, estética, lúdica, en conjunto, aún en condiciones adversas. El equipo de Pep, entre otras muchas virtudes, es valiente, no tiene miedo porque sabe hacia donde va y confía que el suyo es el mejor camino que puede tomar. En el último clásico, al minuto de juego, el arquero salió jugando y le dio la pelota a un rival y sufrió un gol en contra; lejos de amilanarse, siguió, durante todo el partido, saliendo del fondo, con la pelota siempre rodando sobre el pasto y al pie.
Porque este equipo sigue al pie de la letra las premisas de don Vicente, coronado de gloria desea vivir, y si alguna vez muere, lo hará con la gloria de saberse digno, ético y defensor de lo colectivo, del trabajo en conjunto, de preferir la belleza a la rabia. Este equipo prefiere dejar las Ferraris en el estacionamiento y viajar todos juntos en lo colectivo, y confía en que la garra se demuestra tocando la bocha, siempre al pie y no pegándole una patada al 9 para que se asuste.
Y lo mejor de todo esto es que el equipo del Pep, cual virus, se metió en la cabeza y en el alma de millones de pibes en todo el mundo que ya no les dará lo mismo darle de puntín que con los tres dedos, que preferirán tocar e ir a recibir que la jugada del morfón. Porque cuando uno se acostumbra a la dignidad, a la belleza y al placer de la alegría, las defiende, entre todos, en cualquier cancha.
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