No viví el gobierno de Perón en el que Eva Duarte era
protagonista principal, por lo que nunca pude comprender cabalmente el odio
visceral que ciertos sectores de la sociedad argentina le tenían. Pensaba que
el “¡Viva el cáncer!” era algo folclórico,
un chascarrillo de un humorista de la época; pero no. Era odio. Odio mortal, de
ese que ciega y trae lo peor. Con el gobierno nacional y con Cristina,
particularmente, pasa algo de esa índole. Ciertos
sectores la odian. Aclaro, para los susceptibles que nunca faltan, que no se
me cruza siquiera por la cabeza la comparación de personas, épocas, ni
circunstancias. Lo único que reaparece, sí, es la corriente de odio, que como
torrente subterráneo mantiene húmedos los pies de ciertos sectores ideológicos.
Es un fenómeno muy interesante. Las personas que la odian,
veo esto en personas cercanas a mí, no hablan de políticas concretas, hablan de ella. Que si usa tal o cuál
cartera, si tiene abrigos caros, si se aloja en hoteles 5 estrellas, si va al
psiquiatra, si su nuera come de arriba, si usa el avión presidencial… Las
personas que la odian no hablan de la AUH, de la expropiación de YPF o de las
AFJP, de la dignificación de los salarios en blanco, de las obras públicas, de
las redes de salud… Es más, a muchas de esas personas les parecen bien algunas
de estas medidas, y otras ni siquiera saben de qué se tratan.
Me pregunto, entonces, a qué se debe el odio.
El menemato sí lo viví, y recuerdo muy bien que al riojano
no se lo odiaba, al contrario, muchos lo veían con buenos ojos. Eso que dijo
Neustad de “usted es rubio, alto y tiene ojos azules”, era compartido, con
distintos enunciados, por muchos
sectores de la sociedad y por la opinión pública. Se decía de él que era un
fiestero divertido, que llevaba minas a Olivos, que no hablaba muy bien pero las había hecho todas, que era
simpático, gracioso, seductor y no sé cuántas cosas más. Y mientras tanto, el
petiso, morocho, que tenía ojos pardos, vendía el país, se robaba la plata y
condenaba a millones de argentinos al hambre, la marginalidad y la denigración.
Pero era de simpático…
Con Cristina esto no
pasa. Y eso que la shegua dice
cosas graciosas de vez en cuando, y los chicanea a los ministros, y es
chispeante. A ella, los mismos que a Me(n)em lo sostenían por el personaje, la
odian, la aborrecen visceralmente.
Se me ocurren dos respuestas a este intríngulis.
1) Cristina,
como Eva, es mujer. Quizás los
dueños de la pelota y los sectores populares que los sostienen ideológicamente,
viven como una herida narcisista a la
hegemonía fálica que los constituye como machos cabríos que hacen y deshacen en
la vida de las mujeres y los hombres débiles; que una mujer pare la bocha y reglamente la orgía. Esta opción
parece básica, pero lo ideológico, de tan básico, es la raíz misma de la
sociedad, y hay mucho machismo y misoginia dando vueltas por ahí.
2) Los
que la odian, creo, no le perdonan a
Cristina que haya traicionado a la clase. Defienden una sociedad con
castas, con estratos, y quieren que todo siga así, que los pobres banquen la
joda de los ricos, como con el turco. La odian porque Cristina rompió los
códigos; demostró que existen otras posibilidades para el país (y este es el
mayor logro de la gestión, mayor inclusive a que las haya logrado plasmar
realmente o no), que la lógica no es especular, hacer todo mal, abandonar a los
desprotegidos, defender la quintita propia… Rompió las reglas. Corrió el velo.
Los mostró desnudos. Esto es lo que no
le perdonan. Y, reitero, no pasa por las políticas concretas en sí,
sino por presentar la posibilidad de realizarlas. La indigencia aún
puede verse, lamentablemente, pero el contexto y las posibilidades de cambio
son muy distintas a las de los fines de
los 90. Acá también, fortaleciendo el Estado,
Cristina se propuso reglamentar la orgía; y eso no se le hace a la gente como
la gente. Para ellos, Cristina no tiene códigos.
DON CHICHO