Existen muchos relatos que
buscan dar una explicación sobrenatural de la realidad. Y con sobrenatural me
refiero a no humano, no social. Los libros sagrados y sus milagros son un claro ejemplo; los que
afirman que las pirámides de Egipto o las ruinas aztecas son obras de
extraterrestres o seres misteriosos, nos otorgan otro ejemplo. También los
superhéroes, o los héroes a secas, existen para que interpretemos los hechos de
forma Extra-ordinaria.
Un héroe no es alguien común,
me atrevo a decir que no es un hombre siquiera. Es una creación, una criatura
ajena a lo humano, que dice, hace y vive cosas diferentes, y a la que todos
admiramos. Sólo un héroe, al parecer, puede privarse de ciertos placeres
mundanos en pos de ayudar al prójimo; sólo un héroe no se aparta de su camino
ético y se niega a corromperse; sólo un héroe sabe que el bien propio depende
del bien social (y viceversa), y actúa en consecuencia. Los que nos cuentan las
andanzas de los héroes nos aclaran permanentemente que los hombres no somos
como los héroes, que sólo ellos son dignos y debemos dejarnos llevar por sus
decisiones y nunca dejar de admirarlos y de levantarle monumentos. Lo que no se
dice, aunque se declara categóricamente en forma latente, es que ESO que los héroes hacen, sus logros, sus
conquistas, no pueden hacerlo los
hombres comunes. Ningún hombre puede revolucionar nada, sólo los héroes. Si
ellos no están, no hay posibilidades, no existen caminos.
Este relato en el que los
héroes son mojones en la historia de los
pueblos, imposibilita que el pueblo y sus hombres intenten, realicen y
disfruten cambios sociales. Los héroes terminan encarnando el principal
objetivo del relato heroico: el monopolio de las gestas populares, de las
revoluciones, de las batallas colectivas, y, sobre todo, de la elección del
camino a seguir. Y eso es una gran macana, porque ya se sabe que los héroes
escasean por estos días, y cualquier salame puede ponerse el traje.
DON CHICHO
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