Murió Chávez. El comandante, el héroe, el populista, el dictador, el bravucón, el carismático, el libertador, el golpista, el democrático, el solidario, el loco, el gran orador, el revolucionario, Hugo. No importa cómo se lo nombre. Tampoco si nos cae bien o mal. Con Chávez se va el líder de un proceso revolucionario muy pocas veces visto en América latina e inédito en Venezuela. La obra de Chávez tiene como mayor logro el haber ampliado el ángulo de lo posible en política latinoamericana. Ni siquiera importa si lo hizo bien, más o menos o mal. En dos aspectos podemos ver lo que digo. En el ideológico puro, en relación al universo de ideas que tiró a la cara Chávez en su país, en América y el mundo; y que obligó a todos a sentirse incómodos en sus asientos. Hablo de ideas políticas, de cambios de rumbos, de alternativas a la autopista ideológica, de poner el pecho y no bajar la cabeza, ni adentro ni afuera, de ser coherente con los deseos de las mayorías populares. Y en lo ideológico práctico, en relación a la obra, a la participación real de aquellos que eran invisibles, a los que supieron lo que era la medicina preventiva, la educación, la planificación de vida comunitaria, la alimentación que se esconde muchas veces atrás de lo que se come, a los que por fin escrituraron lo publico. Con el gobierno de Chávez se inició una revolución. Reitero, con modos buenos algunas veces y malos en otras; poco importará dentro de muchos años. Con el gobierno de Chávez no se abrió la puerta, se rompió un dique que ya nunca se podrá montar de nuevo sin un tremenda tragedia. De ahora en más los que nieguen o bastardeen las causas populares, sabrán que son traidores.
DON
CHICHO
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