lunes, 23 de julio de 2012

Lo público, ¿de quién es?


Cuando era adolescente, y un tiempito después, sostenía que no estaba mal tirar papeles o basura en la calle o en los lugares públicos. Siempre lo justifiqué ideológicamente, no se vaya a creer. De más chico, sostenía que el caos era necesario en la sociedad y lo canalizaba tirando un envoltorio de Bananita Dolca en la calle. Más crecidito, en medio de la barbarie menemista, sostenía que no ensuciar la vía pública era colaborar con el plan de despidos masivos de barrenderos, que iban a justificar porque las calles estaban limpias. Hoy, ya adulto, hecho y torcido, defiendo militantemente el cuidado y el respeto al espacio público. Pienso que denigrarlo o romperlo nos daña a nosotros, como personas y como colectivo, porque cada centímetro de espacio público es nuestro, nuestra proyección más allá de nuestros cuerpos. Además, desde ya, tengo en claro que un ajuste tan salvaje como el que se dio en los `90 no tiene en cuenta nuestras conductas para dejar en la calle a miles de trabajadores.
A lo que voy con todo esto es que nada es bueno o malo per sé. Todo debe ser interpretado en su contexto, porque es allí donde encarna su sentido. Un país que intente ser serio y digno deberá imponerle un marco claro y contundente a sus temas sociales constituyentes, a esas, aparentemente, pequeñas cuestiones que son la escencia pura de la ideología popular.
Los impuestos pueden ser vistos como un castigo, algo a evadir; o como el combustible que permite avanzar al Estado, una forma más o menos justa según se establezcan las formas, pero socialmente justa. El que no paga puede ser visto como un capo, o como un enemigo público, un garca.
Los espacios públicos pueden ser vistos como ajenos, como propiedad del gobierno de turno (“le rompo la estatua a Macri, que se joda”, “Le ensucio el hospital a Cristina, para que lo pinte”), podemos cuidarlos o destruirlos según nuestra afinidad con dicho gobierno; o pueden ser considerados como propiedad de todos, de la sociedad toda, de cada uno de nosotros, y no del gobierno de turno, lo que nos obliga a tener en cuenta derechos y obligaciones.
Las reglas de tránsito merecerían un escrito aparte. Según se implementen y se respeten definen a una sociedad. Acá no parece haber muchas vueltas: el que maneja alcoholizado es un rebelde rocker, o un potencial asesino; el que corre picadas es un reberlde rocker pito largo, o un potencial asesino. Lo mismo corre para los que exceden las velocidades máximas, o van por las banquinas. Los que estacionan en doble fila o tapando las rampas para sillas de ruedas, son tipos que se cagan en los demás, lisa y llanamente.
En definitiva, nuestra relación con lo público nos define como personas y como sociedad. Un pueblo que se caga en lo público no es solidario, digan lo que digan en la tele.
DON CHICHO

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